Pasada la medianoche. Otra vez.
El sueño se me escapa como todo últimamente: la calma, el amor, la certeza.
Pienso en las deudas, en la tarjeta, en la llamada que no contesté.
No sé si no duermo por eso… o si ya simplemente no sé dormir.
Hace días que me levanto con estas ojeras, con este peso, y lo peor es que ya ni me asusta. Me estoy acostumbrando.
Y entonces, la luz del celular.
Una notificación fantasma, una vibración sorda.
La pantalla iluminó la vieja cómoda al pie de la cama, y con ella… el espejo.
Vi algo. Alguien.
Un rostro. No humano, pero no del todo ajeno.
Más grande de lo normal, casi grotesco; azul, como si el frío tuviera piel.
Y esos ojos, rojos, ardientes. Como si me vieran por dentro.
Colmillos. No sonreía, no amenazaba. Solo… miraba.
Y yo no podía moverme.
La luz se apagó. Como si no hubiera pasado nada.
Me quedé inmóvil. No grité.
Tal vez el miedo fue tan grande que ni siquiera encontró salida.
La vi. Dormía a mi lado, de espaldas.
Su cuerpo era apenas una silueta bajo las sábanas. Lejano.
Pensé en despertarla. Solo un segundo.
Pero no.
No por miedo a asustarla, sino porque ya no sé cómo hablarle.
Y porque le debo una disculpa, de esas que llegan cuando ya no curan nada.
Recordé la discusión de la tarde.
Ella no quería que nuestra hija jugara a la ouija con sus amigas.
Se lo pidió bien, con argumentos, con ese tono paciente que usa cuando ya está cansada de repetir las cosas.
Y yo, como siempre… a la defensiva.
La llamé exagerada.
—Cucufata —dije, y me reí.
Lo solté frente a todos, como si estuviera ganando algo.
Y lo peor… es que las dejé seguir.
Como si no pasara nada. Como si ella no tuviera razón.
Ahora rezo en silencio.
No sé si le hablo a Dios, o si solo trato de calmarme.
Siento el sudor frío bajándome por la espalda, el mismo sudor que aparece cuando uno sabe que algo no está bien pero no quiere aceptarlo.
Pienso en el espejo. En esa cosa que me miró.
No me habló. No hizo nada.
Solo me miró.
Como si supiera. Como si esperara.
Y yo…
Solo quiero creer que fue un sueño.
Una imagen suelta entre el insomnio y la culpa.
Una alucinación sin consecuencias. Pero algo dentro de mí… ya no está tan seguro.