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Decisiones

Hoy, se le ha ido.

Su razón de vivir. Su hijo.

Manuelito, con apenas tres años, ha muerto por una descarga eléctrica.

Se había escondido entre los estantes metálicos de la lavandería. Jugaba. Reía, tal vez.

Y en un segundo, el silencio.

El accidente fue inmediato. Irreversible.

Fatal.

Y entonces, las palabras volvieron.

Como cuchillos.

Tres años atrás.

“¿Pagar por un pozo a tierra? Con todo respeto, señor inspector… ustedes son unos abusivos.”

Lo dijo así, con el pecho inflado. Como si defendiera algo más que su orgullo.

Y lo creyó. Lo creyó justo.

También recordó la conversación de esa noche.

Cuando su esposa, con voz suave, le pidió calma. Le sugirió un préstamo, algo pequeño.

“Para no cerrar el negocio”, dijo. “Para no arriesgarnos.”

Y él, ¿qué respondió?

Se rió.

Se rió y dijo: “¿Sabes quién es el verdadero pozo a tierra? Nuestro Manuelito.”

Y añadió, sin pensarlo, sin medir: “Mil veces prefiero gastar en sus medicinas que en el capricho de un inspector.”

Ella no insistió más. Se quedó callada.

Y él se sintió victorioso.

Un hombre de decisiones.

Eso era él. Siempre lo fue.

Hoy, también ha tomado una decisión.

Ha decidido no esconderse.

No buscar culpables afuera.

No mirar al cielo como si el castigo viniera de allí.

Hoy ha decidido llorar.

Dejar que los gritos le revienten por dentro.

Y asumir. Asumir que fue él.

Que fue su decisión.

Que esa decisión… mató a su hijo.

Publicado enMicrorrelatos