He cruzado este viejo puente innumerables veces, pero es la primera vez que reparo en los intrincados corazones forjados en sus barandillas. Me pregunto cuántas manos habrán pasado por esta baranda de madera a lo largo de los años; quizás incluso algunas de esas manos hayan pertenecido a personas famosas, algún artista o cirujano, manos que valen.
Observo el río, que, para ser junio, parece más caudaloso de lo habitual. Desde esta altura parece diminuto; su belleza no compite con la de las orquídeas que consigo divisar en la ribera. En esta hora temprana, la ciudad aún yace adormecida, mientras yo tengo el privilegio de presenciar una magnífica aurora, un alba radiante cuyos primeros rayos acarician mi rostro con su cálido abrazo. Sin el bullicio cotidiano del tráfico, la ciudad se revela en toda su esplendorosa belleza…
Oh, parece que aquel par de policías se acercan sospechosamente, tal vez piensen que tengo alguna intención oculta…
En fin, será mejor que salte de una vez.
El Puente
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