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La Cojita

—¿Ves? Estaban esperando por ti.
—Anda ya.
—Te digo que sí. Antes había una sola, llegas tú y aparecen todas.

Las palomas se amontonaban alrededor del banco. Una trepó al pantalón del más flaco, tambaleando. El de lentes oscuros sacó una bolsa y lanzó arroz a puñados. Los granos se dispersaron, reluciendo bajo los últimos rayos del sol.

—Ahí está la cojita.
—Siempre vuelve. Con una patita menos y todavía se abre paso.

—Hoy fui a ver al hijo de Graciano. Lo tiene fregado la espalda, tiesa como tabla. Yo le decía hazte ver cuando joven, pero nada.
—¿Cuántos años?
—Sesenta y tres.
—Mira tú, tan menor y ya cargando los achaques.

El hombre sacudió la bolsa vacía.
—Mi hija me pescó sacando arroz de la cocina. Dice que ahora le debo un saco.
—Coju… te dejas pillar.

Las aves se dispersaron. La cojita quedó picoteando, testaruda, como si se negara a aceptar el final.

Publicado enMicrorrelatos