La estimación inicial de dos horas había sido un disparate. ¡Qué bien! Quince minutos bastaron. Ni una sola liendre había sobrevivido al plan. Esa pañoleta empapada con insecticida, ajustada con fuerza sobre la cabeza de Mariana, había funcionado mejor de lo esperado. Al fin dejaría de rascarse con furia, de lastimarse la nuca con esas uñas llenas de sangre. Ya no más parásitos bebiendo de su hija, no más vergüenza, no más miedo.
Una victoria, al fin. Aunque… algo no cuadraba. ¿No estaba muy callada? Tal vez el veneno era demasiado fuerte. Pero nadie le advirtió nada. ¿Cómo iba él a saberlo? Nadie le explicó. Él solo quería curarla. Y ahora ese silencio en la noche… ese cuerpo quieto. ¿Qué había hecho?