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La higuera en la playa

La brisa salada no traía más que silencio. En la playa, lo único que se movía era la arena que el viento arrastraba como si también buscara consuelo.

Entonces, apareció él.

El anciano hizo su camino, paso a paso. Era larguirucho, de barba blanca y mirada apagada. Su andar era lento, casi ceremonioso. Quienes lo veían desde lejos no podían evitar el murmullo.

—Cuando el desastre apareció en las noticias, afirmaron que el viejo hechicero volvería —susurró uno.

Una marea impensable había golpeado la costa, erosionando todo a su paso. El mar, antes manso, se había tornado rabioso, como si algo lo hubiera despertado. La playa, en su soledad, parecía más mustia que nunca. Salvo por una única higuera… o lo que quedaba de ella. Ahora yacía tumbada sobre la arena, arrancada de raíz. Algunos aseguraban que fue la furia del océano; otros, que un grupo de vándalos la destruyó, convencidos de que en sus raíces vivía la magia de una criatura antigua.

El anciano se detuvo frente al tronco muerto.

Y entonces, lloró.

Las lágrimas surcaban su rostro mientras se dejaba caer de rodillas. Clavó sus manos en la tierra húmeda, hundiendo sus uñas en la arena fangosa. Escarbaba con furia y desesperación, como si el mar le hubiera devuelto un recuerdo que no quería volver a ver. Su respiración se volvió pesada, pero no se detuvo. Escarbaba no solo con las manos, sino con los años, con la culpa, con la ausencia.

Un hilo de sudor le bajó por la frente y se detuvo justo en una vieja cicatriz, casi borrada por el tiempo, pero no por el recuerdo.

Al fin, algo emergió.

Un pequeño calcetín, raído, casi deshecho por el tiempo. Lo tomó con ternura y lo acercó a sus labios. Lo besó como se besa a un viejo amigo. Luego, con el mismo cuidado, retiró la arena alrededor… y halló los huesos. Pequeños. Frágiles. Demasiado humanos para ser humanos. Los sostuvo en sus manos como si el más mínimo temblor pudiera deshacerlos.

Desde lejos, los pocos que observaban intercambiaron miradas.

—Deben ser los restos de alguien muy entrañable para él. No hay otra explicación para que haya vuelto a estas costas después de tanto tiempo —murmuró uno.

Otro, más anciano, asintió con pesar.

—Esos huesos… pertenecen a su viejo amigo. No cualquier amigo, sino un elfo de gran corazón. Un héroe.

Un ser que dio su vida por él… cuando nadie más lo habría hecho. El viento sopló más fuerte. Y en la mano del viejo, el calcetín tembló como si aún guardara un suspiro.

Publicado enMicrorrelatos