No creo en la reencarnación; acepto que puedo estar equivocado. Pero si existiera un ciclo de vidas y muertes, querría vivir contigo todas. Moriría en tus manos como un colibrí o como una mosca; volvería cada vez a tu cocina, a tu mesa, a ese plato de sopa donde me escondo.
Sería presencia en tus sueños —no siempre amante, a veces visitante— un admirador que no firma, una sombra pegada a tu miel: visita inevitable. Acosador, como el oso que ronda el panal. Probé tus mieles: dulce, densa, peligrosa.
Me quisiste con las heridas abiertas; mi alma en perpetuo grito cacofónico no pidió compasión; sin embargo encontró otra cosa: tu honestidad —esa franqueza implacable— plantó en mí una semilla de alivio y limpió las aristas de la soledad.
Te quiero por eso: por esa cura que no fue caricia sino claridad. Every breath you take —hoy, mañana, en todas las mañanas— un amor que se reencarna, persistente y pegajoso, una mosca que insiste.