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Sin Título

El teléfono de Alberto vibró con una alerta. Un correo, decía.

Era de su nieta, escribiendo desde el extranjero.

«Abuelito,

He terminado de leer tu libro y estoy segura de que hay un público para esto. Consultaré con algunas editoras para ver cuál sería la mejor opción para ti. Estoy convencida de que se venderá muy bien, no solo por la crudeza de lo que cuentas, sino también por quién eres. Ya sabes… eres famoso.

Pero debo decir que sufrí con cada capítulo. A ratos, me parecía imposible que alguien pudiera haber hecho todo eso. En especial… la parte de mi abuelita. Que en paz descanse.

Solo te pido que cambies el título. Por favor. Si no quieres volver a una celda, aclara que todo es ficción.

Un abrazo fuerte.»

El anciano se quedó en silencio.

Sonrió, apenas.

Estaba cerca. Muy cerca.

No del escándalo. No del castigo.

De la muerte.

Ese libro no lo escribió por dinero. No le interesaba ya. Era otra cosa. Algo más allá del mercado, más allá de los diarios.

Una especie de redención. Un gesto para equilibrar la balanza.

Había hecho cosas terribles. Lo sabía.

También había hecho cosas buenas. ¿No? ¿O eso era parte del autoengaño?

Tomó el ejemplar a su lado.

El título lo miraba con descaro desde la portada: Confesiones de un dictador.

Suspiró.

Garabateó las palabras con torpeza, como si con cada letra tachada se borrara un crimen.

Ya pensaría en otro título. Uno que lo salvara.

O al menos, que lo dejara entrar al cielo por la puerta de servicio.

Publicado enMicrorrelatos